René Morimoto/El Sol de Nayarit
La plaza de las tres culturas que se encuentra en la capital del país, recibe su nombre por que ahí se concentran las construcciones de tres diferentes épocas de la ciudad de México.
Primeramente y como base, las ruinas prehispánicas de lo que fuera el señorío de Tlaltelolco, ciudad en donde existía un gran mercado que abastecía a la gran Tenochtitlan.
Posteriormente los conquistadores y evangelizadores españoles, Bernardino de Sahagún y Juan de Zumarraga, derribaron el centro ceremonial y construyeron con las mismas piedras la iglesita de la Sta. Cruz de Tlaltelolco.
Ya en época moderna se cierra el trinomio al construir los grandes edificios multifamiliares en donde viven cientos de familias mexicanas.
Esta sui generis manifestación arquitectónica, debería por si misma hacernos sentir orgullosos; sin embargo su mención obligada al recordar los fatídicos hechos del año 68 la manchan con la marca infame de sangre de los inocentes.
Imaginemos a los cientos de jóvenes manifestados, imaginemos también el brutal sistema que dispara sobre una multitud desarmada. La sangre, el llanto y los titulares amordazados del día siguiente.
Esta plaza que fue testigo mudo de la brutalidad de los ritos Aztecas, refrendo el día 2 de Octubre del año de 1968, su triste vocación de piedra de sacrificio.
Ahora que se cumplen 40 años de estos hechos que sacudieron a México y al mundo. Muchas cosas se han dicho y muchas más se dirán. Y aunque varios de los orquestadores de la masacre han muerto vencidos por el tiempo, viene a mi mente una frase dicha por algún hombre sabio que dice: “La civilización que olvida sus errores esta condenada a repetirlos” es por esto que es justo y necesario recordar a los caídos de esa tarde en la plaza de las tres culturas, por eso es que “el 2 de Octubre no se Olvida”.
La plaza de las tres culturas que se encuentra en la capital del país, recibe su nombre por que ahí se concentran las construcciones de tres diferentes épocas de la ciudad de México.
Primeramente y como base, las ruinas prehispánicas de lo que fuera el señorío de Tlaltelolco, ciudad en donde existía un gran mercado que abastecía a la gran Tenochtitlan.
Posteriormente los conquistadores y evangelizadores españoles, Bernardino de Sahagún y Juan de Zumarraga, derribaron el centro ceremonial y construyeron con las mismas piedras la iglesita de la Sta. Cruz de Tlaltelolco.
Ya en época moderna se cierra el trinomio al construir los grandes edificios multifamiliares en donde viven cientos de familias mexicanas.
Esta sui generis manifestación arquitectónica, debería por si misma hacernos sentir orgullosos; sin embargo su mención obligada al recordar los fatídicos hechos del año 68 la manchan con la marca infame de sangre de los inocentes.
Imaginemos a los cientos de jóvenes manifestados, imaginemos también el brutal sistema que dispara sobre una multitud desarmada. La sangre, el llanto y los titulares amordazados del día siguiente.
Esta plaza que fue testigo mudo de la brutalidad de los ritos Aztecas, refrendo el día 2 de Octubre del año de 1968, su triste vocación de piedra de sacrificio.
Ahora que se cumplen 40 años de estos hechos que sacudieron a México y al mundo. Muchas cosas se han dicho y muchas más se dirán. Y aunque varios de los orquestadores de la masacre han muerto vencidos por el tiempo, viene a mi mente una frase dicha por algún hombre sabio que dice: “La civilización que olvida sus errores esta condenada a repetirlos” es por esto que es justo y necesario recordar a los caídos de esa tarde en la plaza de las tres culturas, por eso es que “el 2 de Octubre no se Olvida”.
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